jueves, 17 de marzo de 2011
CEMENTERIO LONGYEARBYEN (NORUEGA)
En estas tierras, ubicadas por encima del círculo polar Ártico, el sol brilla en verano 24 horas al día, lo cual tiene como contraprestación padecer días de oscuridad perpetua durante el invierno. Lo normal en el frío archipiélago es que los estudiantes universitarios aprenden a disparar a los osos polares como método de autodefensa, y los niños de guardería acuden regularmente al fisioterapeuta para comprobar que las grandes nevadas no afectan a su desarrollo motor.
Los habitantes del archipiélago están preocupados por los efectos del calentamiento global, puesto que sus pintorescos fiordos de hielo han dejado de helarse durante el invierno. No obstante lo más curioso tiene que ver en efecto con su cementerio, y es que a los habitantes de Longyearbyen no se les permite morirse en la ciudad. En cuanto uno enferma gravemente, le desalojan de la isla. Y si te mueres allí, tu cadáver también será trasladado a cualquier otro punto de la Noruega continental.
No es que se hayan vuelto extremadamente selectivos con los fiambres, ni que el precio de los nichos esté por las nubes, el problema tiene que ver con el permafrost. El suelo en estas islas está tan congelado que no permite la descomposición natural de los cadáveres, por lo que hace 70 años que nadie es enterrado allí.
Curiosamente, este cementerio fue en 1998 testigo de varias exhumaciones científicas. La intención era recuperar algún virus intacto de los cuerpos de unos mineros fallecidos en 1918 a causa de la gripe española. La expedición no tuvo éxito, pero hace dos años los científicos lograron su objetivo en Brevig (Alaska) al desenterrar el cuerpo de un esquimal fallecido por aquella temible influenza, que conservaba muestras viables del virus.
Pero no todo es tan tétrico en Svalbard, de hecho sus características climáticas han servido para que el archipiélago fuera elegido la sede perfecta para la construcción de un banco de semillas que garantizase el acceso a cultivos clave en caso de Armagedón. ¡Confío en que nunca necesitemos echar mano de este recurso!
Los residentes del archipiélago Svalbard en Noruega, están acostumbrados a lidiar con el peligro que representan los osos polares pero en un asentamiento remoto, los animales no son la única preocupación.
Y es que en el pueblo ártico de Longyearbyen está prohibido morirse.
Si usted tiene la desgracia de enfermarse de gravedad en Longyearbyen, puede esperar que sea llevado en avión o barco a otra parte de Noruega para que sea allí donde pase sus últimos días.
Y si tiene la mala suerte de encontrarse en estado terminal y sucumbir ante la desgracia o una enfermedad, en Longyearbyen nadie lo enterrará.
El pequeño cementerio del pueblo no acepta nuevos ingresos desde hace 70 años luego que se descubrió que los cuerpos no se estaban descomponiendo.
Los cadáveres, preservados por permahielo ("permafrost", capa subterránea de hielo), se han convertido desde entonces en objetos de una morbosa curiosidad.
Recientemente, científicos removieron tejidos de un hombre que murió en el pueblo. Los expertos encontraron rastros del virus de la influenza que acabó con su vida, y con la de otros, durante una epidemia que atacó a Longyearbyen en 1917.
La política que prohíbe la muerte en Longyearbyen se deriva tanto de su remota ubicación como de sus severas condiciones climáticas.
Longyearbyen está localizado 78 grados norte en el archipiélago Svalbard, un grupo de islas entre la costa norte de Noruega y el Polo Norte.
Aproximadamente 1.500 personas viven en pequeñas casas de madera parcialmente resguardadas de los vientos árticos debido a que el asentamiento está en un valle.
Calentamiento global
Kristin Grotting es una fisioterapeuta que se mudó a Longyearbyen hace 12 años.
Su piel blanca se ha enrojecido por el constante sol del verano
Los días en el Ártico duran desde marzo hasta octubre pero nunca son muy cálidos y, el día que nos encontramos, Kristin llevaba un grueso abrigo con la cremallera totalmente cerrada.
Al mirar hacia la bahía de Longyearbyen, Kristin explicó que el Icefjord (fiordo de hielo) -como se le conoce- ya no es helado.
Incluso a mediados del invierno, el agua no se congela y los glaciales alrededor del Icefjord se están hundiendo.
"Solíamos llevar nuestros motonieves alrededor del fiordo", me comentó. "Ahora no lo podemos hacer más y tenemos que tomar otra vía más larga".
El calentamiento global no es su única preocupación.
A ella también le inquieta lo que hará cuando se jubile, debido a que su comunidad no tiene instalaciones para cuidar de los ancianos y de los frágiles. De allí quizás el gran miedo que existe a la muerte en el pueblo.
Pero a pesar de que no hay un hogar para ancianos existe un jardín de infancia.
En invierno, cuando la oscuridad se prolonga por meses y meses, los niños hacen dibujos del sol utilizando pintura amarilla y papel de seda. Luego los pegan en las ventanas.
Kristin ha conocido a varios de estos niños en su consultorio.
Según ella, algunos han desarrollado problemas de movilidad debido a sus pesadas ropas de invierno por lo que deben ser entrenados para que extiendan sus extremidades en el calor.
Osos polares
Los recorridos fuera de las paredes del jardín de infancia conllevan un riesgo más inmediato para los niños y por ello, la profesora lleva un arma.
Longyearbyen está ubicado en la tierra del oso polar, un animal que provoca verdadero terror entre los habitantes.
Cada estudiante en la universidad pasa su primer día aprendiendo cómo dispararle a los osos.
"Apunte hacia el pecho", recomiendan, "en vez de la cabeza".Si se dispara a la cabeza, es posible que la bala no de en el blanco.
Si no tiene arma cuando se topa con un oso, sacuda sus guantes en la nieve para distraerlo.
Pero si observa que el oso hace un chasquido con sus dientes, el animal está listo para matar.
En ese momento, supongo, podría intentar recordarle al oso que está prohibido morir en Longyearbyen, y esperar que el animal muestre respeto por la ley local.
La cacería de osos polares está estrictamente prohibida y si le dispara a un animal en defensa propia, debe informar al gobernador de Svalbard, Per Sefland.
El gobernador tiene uno de estos grandes animales disecado en su despacho que, me asegura, no lo mató él.
Cuando no están trabajando con un equipo de trineo, los perros viven en grandes casetas que dan hacia el fiordo. Comen carne de foca que les dan los pescadores locales.
Una colonia de patos eiders anida entre las casetas de los perros, son aproximadamente 100 parejas.
Sefland me dijo que las aves seleccionaron este lugar debido a que los zorros árticos, los cuales se alimentan de pequeños patos y de huevos, les tienen miedo a los perros esquimales.
Observar las plumas de pato en el gélido suelo me hizo pensar en un edredón y me imaginé lo acogedor que se debe sentir el acurrucarse bajo una colcha para escapar del frío polar cuando llega el invierno.
Quizás incluso con un oso de peluche... aunque no blanco, porque podría provocar pesadillas en una noche ártica que nunca parece terminar.
ÅLESUND
Es media tarde y llueve. El agua necesita agua
para reforzar su dominio, para hacerse fuerte
frente a mis palabras que pisan la hojarasca del tiempo.
Entre las calles que cercan la línea de la costa
pierdo mi rumbo y mi mirada austera. Aquí
encuentra la piedra el sabor latino del París bohemio,
el cristal opaco, el hierro retorcido en pétalo de rosa
que Barcelona ofrece desde el balcón de las Ramblas.
Pero es media tarde y llueve. Llueve con la insistencia
de la isla que lucha por ser isla azul en la distancia.
Para escapar de la lluvia busco un Café y una mesa
para escribir unas apretadas líneas que,
si maceran su mosto las palabras, dará en poema
aquello que fue pasto del ayer, pero no olvido.
Y la Cafetería está llena de libros, y de jóvenes
que leen en un rincón; que escapan
—libres de equipaje—
de la monotonía adversa que impone la lluvia cotidiana.
En un estante hay varios libros de poesía.
La poesía siempre trabó buen maridaje con la lluvia.
No siempre fue agua quieta
entre los ojos de aquel que la escribiera,
no siempre fue tinta seca en nuestros labios.
Es media tarde y llueve. Entre dos tazas de café
contemplo como el gris de la nostalgia
emborrona el color de las casas.
Fuente: http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=347602 & www.taringa.net
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